Hay veces, o igual debería decir personas, con las que tengo la impresión de que utilizo canales de comunicación distintos. Como si las palabras emitidas por uno fuesen a través del oxígeno y las del otro a través del nitrógeno o el argón, pero desde luego, cabalgando en otro elemento tan distinto que tras varios minutos de conversación te quedas con las sensación de que no te ha quedado nada claro y que te debes expresar terriblemente mal. Como si hablásemos idiomas distintos.
Siempre he pensado que soy una persona clara, directa y en ocasiones jodidamente sincera, quizás para no dar lugar a malos entendidos. Pero empiezo a pensar que hay cosas que son tan claras para mí que las doy como generalmente asumidas para todos. Es ahí donde me sale la vena de “no explico obviedades”.
Lo cierto es que estoy llegando a un punto en el que me da una terrible pereza dar explicaciones, con lo justificona que soy yo, porque cada frase que digo requiere un extra de mimo para evitar susceptibilidades y conseguir la comprensión de lo que realmente quiero decir.
Temo que debería ponerme un poquito en el pellejo del otro, que en demasiadas ocasiones asumo que sigue el mismo proceso mental que yo, o que está directamente en mi cerebro y desde luego no solo no tiene por qué ser así, sino que además lo más probable es que no sea. Un poquito más de empatía shiquita (no sé si podré perdonar ese extra de cebolla que añadió a esta palabra alguien a quien leo por aquí, que desde entonces la ha convertido en rara y hace que cuando la uso me apetezca un vino, de acompañamiento :)).
Así pues propósito: fuera pereza, empezar desde el principio y no cerrar hasta que haya quedado claro, sin arrebatos de noexplicoobviedades de por medio, seguramente resquicios de chulería de los que trato sin mucha fortuna de deshacerme.