Los mas leídos...cada uno sus motivos

lunes, 25 de noviembre de 2013

Una de Vástagos


El jueves pasado volví a tener la suerte de asistir a la presentación del último libro de Álvaro Bermejo: "Eternamente tuya".
Una tarde magnífica que, esta vez, se ubicó en Tipos Infames, un lugar que si tuviese que definir, diría que invita. Invita a leer, invita a compartir, invita a tomar un vino mientras recorres sus estanterías leeeentamente sintiendo que te lo llevarías todo, o que podrías quedarte por allí para siempre. Es una librería…,es un bar… y sin embargo no se llega a sentir de que sea ninguna de las dos cosas. Es un espacio para compartir, para disfrutar, al que yo solo añadiría algo de música francesa o un jazz bajito y sutil, casi imperceptible.
La presentación impecable, con la genial colaboración de Clara Tahoces, el tema: vampiros.
Yo, que debo reconocer absoluto desconocimiento y cierto desinterés en el tema, salí con mi ejemplar ansiosa de hincarle el diente y con la sensación de que, no haber leído a Stoker (cosa que se resolverá en breve), es una de las más grandes pérdidas literarias de mi vida, rozando casi la indecencia.
La conversación de ambos autores fue dinámica, atractiva e hipnótica, como si de vampiros se tratase y nosotros, sus víctimas, solo pudiésemos desear entrar en ese mundo de belleza, seducción, crueldad, deseo, pasión, absorción vital y un amor loco, absoluto, excesivo que supera cualquier límite, sin desnatarse como esos vampiros ñoños que tanto proliferan últimamente.
Retoma el vampiro malvado, despiadado, aquel que solo busca sobrevivir a costa de todo y todos ¿os suena? Seguro que todos tenemos nuestros vampiros personales, aquellos que acaban con la energía de los que le rodean sin escrúpulos.
Supongo la idea del vampiro podría extrapolarse a muchos ámbitos de la vida social, política y económica, especialmente en los tiempos que corren.
Quizás también sea por eso que, por primera vez en mi vida, sienta la curiosidad necesaria para interesarme por estos seres que representan el lado más brutal y primitivo del ser humano.


martes, 19 de noviembre de 2013

Son de otoño

No soy simpatizante del otoño.

Me molesta la oscuridad sumada a esa dudosa necesidad de restarle luz a los días cambiando horarios, y la inminencia de un frío que solo puede ir a más y que, para perritos callejeros como yo, resulta terriblemente molesto.

No me gusta el otoño, excepto en días que, como ayer, muestra su parte amable con noches claras y frescas de luna casi llena, gorda, luminosa, indecente.

No me gusta el otoño, bueno, igual...solo cuando la lluvia invita a sofá, manta y tarde de películas, amigos y risas. 

No me gusta el otoño y sin embargo, me encanta cuando las hojas tornan en amarillo, antes del marrón que, inevitablemente, las hará caer. Madurez de tierna y luminosa lucha por la vida.

No me gusta el otoño aunque me invite a retomar temas como este que, con un extra de sol, no suenan igual.

No me gusta el otoño...

sábado, 9 de noviembre de 2013

Mucha suerte Laaraichi

-“Vaya, estamos de suerte, parece que el tercero no ha venido”- comenté sentándome en el asiento libre de ventanilla y dejando ,en el que previamente ocupé  en el centro, mi abrigo mientras con una sonrisa invito a mi desconocida compañera de viaje a hacer lo mismo.
Llevaba un rato observándola, con esa mala costumbre que tengo de fijar la mirada cuando algo me produce curiosidad. Pude reconocer en ella los tics comunes a los que se ponen nerviosos en un avión y que, en el pasado, tantas veces pude identifica en mí. Inmediatamente  sentí la extraña solidaridad que forja el tener o haber tenido un enemigo común.
Me sonrió y colocó su abrigo, evitando tocar el mío por si aquello pudiese molestarme. Saqué el libro y comencé  a leer, sin poder evitar mirar  de reojo  cada pocas líneas. Vi como seguía con la mirada a la azafata, como si quisiese preguntarle algo sin llegar a atreverse, me miró y la sonreí de nuevo.
-“No sé si  puedes ayudarme”- me comentó mostrándome su cinturón, demasiado corto,  con un acento que no pude definir y en un castellano, de construcción, perfecto.
-“Claro”- me acerqué para mostrarle cómo podía ampliarlo, ajustarlo, abrirlo o cerrarlo,  y me devolvió de nuevo una sonrisa.
Volví  a mi libro y ella a sus giros de cabeza sin orden definido,  que hacía materialmente imposible poder fijar la vista en nada.
“¿Hace frío en París?”- me preguntó cuándo el avión empezó a moverse. Entonces cerré el libro y me dispuse a distraer su atención durante el despegue que para mí, cuando sentía como ella, era lo más aterrador.
Durante ese tiempo descubrí que era de Larache y que llevaba 20 años viviendo en Madrid  trabajando como jefa de cocina, -“soy muy buena cocinera”- decía soltando una carcajada. Ahora que sus hijos eran mayores y ya no la necesitaban, había decido probar fortuna en París. Aquello era definitivo y pintaba muy bien, el restaurante que la entrevistaría había pagado su vuelo y si finalmente no la seleccionaban se quedaría  buscando otra cosa, era una oportunidad y no iba a desaprovecharla.
Cuando pasaron con la comida, ambas nos dispusimos a pedir la cena, era lo suficientemente tarde para tener dificultades a la hora de encontrar algo abierto al llegar. Sin embargo, cuando miró los precios decidió que mejor no cenaba. Pude percibir el motivo por el que finalmente decidió no ordenar nada.
“Hagamos una cosa, yo pago hoy la cena  y, cuando estés en París como jefa de cocina, lo saldarás con quien veas en la misma situación pagando vuestra”- eso fue lo que me quedé el resto de viaje pensando que debí decir, sin embargo callé. Callé por no sentir violencia, callé por evitar  que ella pudiese sentirse  ofendida, callé sin más, callé y permití que alguien no cenase por evitar una situación incómoda,  callé…callé y no pude parar de pensar  y reprocharme el resto del viaje haber callado.
Desde ese momento poco más hablamos, yo volví a mi libro con esa excesiva luz blanca casi de aparición mariana que enmarcaba mi asiento,  cavilando sobre lo ocurrido y volviendo una y otra vez al principio de una hoja  que mis pensamientos impedían  leer.
Cuando aterrizamos le mostré la cinta donde aparecería su maleta cargada de expectativas e ilusiones y me despedí deseándole, honestamente,  la mejor de las suertes.
No sé  su nombre y es casi seguro que no vuelva a saber de ella, sin embargo  siento un extraño deseo de que todo vaya como esperaba, que haya conseguido el trabajo y que disfrute de la oportunidad que le ofrece la vida.
No deja de sorprenderme el  impacto que algunas personas que solo rozan mi espacio durante un tiempo escaso tienen en mí. Dudo que siquiera imagine la admiración que sentí y la sensación de refrescante  renovación que me inyectó en apenas una hora de conversación.
Mucha suerte laaraichi!!!