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viernes, 16 de enero de 2015

Una excavalola'

Iba pensando en la cantidad de días que supondrían la devolución de minutos vitales invertidos en indeseables atascos diarios, cuando posé los ojos y la mente, aun lenta por falta de cafeína, en una excavadora que recogía pequeñas porciones de arena y las posicionaba a algo más de un metro hacia el interior, con una delicadeza y precisión sorprendente y poco acorde con su envergadura.
El interminable semáforo que nos condena a invertir más tiempo del deseado en esos escasos metros fijó definitivamente mis pensamientos y mis recuerdos...
"Hazme una excavalola" repetía mi sobrino una y otra vez, en esa obsesiva edad en la que todo se reduce a aquello que es foco de todos sus deseos. Así, cualquiera que pasara más de los 5 minutos de rigor para adquirir su confianza, se veía asediado por un papel, un lapicero y la clara instrucción de pintar una "excavalola", nunca lo corregimos, nos resultaba tan gracioso y tierno que primamos nuestro placer de escucharlo por su ya olvidada violencia al descubrir el error.
Yo, que pinto como un niño de 4 años, me convertí en una experta dibujante de excavadoras, todos los cuadernos de mi casa tenían cientos de garabatos con los que conseguíamos convencerlo de que era exactamente lo que había pedido. Entonces sonreía, te miraba y decía: otra!!
Recuerdo su cara de entre pasmo y enfado cuando mi hermano dibujaba un punto en una esquina del papel. Él le miraba con las cejas alzadas esperando a que continuase y este decía, "si te fijas, es una excavadora que está muuuuuuuy lejos". El niño le miraba desafiante y le arrebataba el papel y el lápiz de las manos para dárselo a quien le inspirase mas confianza mientras, de reojo, observaba el punto por si conseguía ver algo identificable.
Esto me hizo reír antes de volver a la realidad a golpe de claxon del coche de atrás, que me instaba a adelantar los 7 centímetros que había avanzado mi predecesor.
De nuevo parada volví a mirar el extraño brazo articulado cuya garra trataba con tanta cortesía los montículos de tierra y malas hierbas. Podía verse como mas y mas la ya escasa naturaleza se retraía, a la fuerza, en favor del asfalto en una ciudad sobresaturada de cemento y grises...grises..., de todos los tonos que puedan existir, de cemento, edificios, coches, niebla...todo era gris menos la excavadora que me había llevado a un momento que tenía escondido.
Volvió a pitar detrás el coche gris, sonreí, "no habrá tomado su dosis de fibra diaria" pensé y recorrí los 7 centímetros que me llevaron al semáforo, que de tan verde, me sacó de aquel frío e inmóvil gris...
Mi mano y la de mi sobrino (la grande) ha llovido tanto de desde aquellos dibujos...