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domingo, 7 de abril de 2013

Mamá me pongo a trabajar porque si me apetece un cuerno de chocolate, me lo compro

Así de básica y contundente, tras años de esperar ocasiones especiales y visitas para abrir el surtido de galletas de chocolate, cuya visión ejercía de campanilla pavloviana para los cuatro niños y no tan niños que esperaban ansiosos, salivando, el momento de ver desprecintar aquel tesoro.
Eran tiempos difíciles y aquellos muchachos y no tan muchachos, aunque no podían evitar el ramalazo infantil de querer lo que se desea al margen de toda razón,eran conscientes de que había que callar y arrimar el hombro.
Aprendieron pronto, demasiado pronto, que el serrín es terrible cuando entra por la nariz, pero que rellena muñecas de trapo que sonríen aun cuando se les está clavando una aguja.
Después fueron las pinzas, esas endemoniadas que despellejaban los dedos y los llenaban de padrastros, contar, unir, colocar para introducir los muelles en aquellas bases de metal macizo con piezas soldadas, que nada tenían que ver la una con la otra, y que seguramente habían sido ideadas y construidas por algún pseudo-ingeniero frustrado y sin recursos cuya genialidad era despreciada por una sociedad incapaz de dar cabida a su 'arte'... Eran miles, y no se podía bajar a jugar hasta que se acabaran, eran tiempos difíciles y todos lo sabían, así que no dudaban en decir a sus amigos que bajarían mas tarde mientras miraban mordiéndose el labio inferior, como sus amigos se iban con el balón bajo el brazo.
Así de básica y contundente fue esa muchacha que tuvo muy claro lo que había y lo que debía hacer. Tan morena que podría pasar por india, lista y con notas estupendas en los primeros años de instituto que mantuvo hasta el final de la carrera. Sabía que tenía que salir de la cadena de montaje casera y buscar fuera la mejor manera de hacer aquellas cosas que deseaba. Eran tiempos difíciles y esta niña no tan niña abría las puertas de lo posible, que todos, poco a poco fueron atravesando con mejor que peor suerte.
Años después, no hay reproches, resquemores, ni traumas solo recuerdos cargados de ternura, comprensión y nostalgia, eran tiempos difíciles y todos sabían lo que tocaba; años después distando mucho de ser niños aun recuerdan cuando se juntan y ríen levantando las cejas al comparar con sus hijos y sobrinos que, afortunadamente, nunca sabrán lo mucho que pica el serrín en los ojos 

3 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Muchas gracias K. viniendo de vos vale, al menos, doble ;)

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  2. Nunca en mi casa hicimos trabajos de estos, aunque eran algo habitual en mi infancia. Yo hice trabajos de otro tipo, no en vano comencé a trabajar a los trece y sé lo que se siente cuando ves a tus amigos con el balón y tú tienes que trabajar. En mi caso también, cuando llegaban las vacaciones, todo el mundo se marchaba menos mis hermanos y yo y los días festivos eran días de trabajo.
    Eran otros tiempos sí, a menudo cuando criticamos estos en los que estamos, quizás deberíamos echar un vistazo a lo que fuimos y ver la evolución que hemos tenido.
    Tú lo has contado de manera sencilla y con un punto de melancolía que me ha encantado.

    Un beso.

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No suelo ejercer de censora, pero prefiero mirar primero, comprensible, no?