Ante la inminencia de mi cumpleaños y, quizás por llegar a los treinta y todos, alguien a quien quiero y por eso no tomo a mal, decidió que sería conveniente regalarme un cupón de esos que tanto proliferan últimamente. Consistía en un tratamiento facial de limpieza, cremerío, masaje y no se cuántos pasos más. Preferí no preguntar qué insinuaba, para qué llevarme disgustos, y opté por ir a ver que me ofrecían, tras un día feucho en el trabajo me vendría bien un poco de relajo.
Nada más llegar no pude evitar constatar lo que llevo años notando que ocurre en peluquerías o centros de estética. Se trata de un continuo diminutivizar del que, a mi parecer, abusan los que trabajan en estos sitios: pelito, cremita, cejitas, arruguitas, granitos, grasita, uñitas, canitas, ito, ita... coño que parecen Flanders.
Llegan a puntos en los que noto como se me tensa el cuello y se me escapa la risa: "te pongo mascarillita, lleva quetatinita"... mmmm, respiiiiira, mmmmm... Pero ¿no se dan cuenta de que hay palabras que no se pueden itar mas?
Creo que me incomodan de un modo extraño porque me siento incapaz de corresponder. Igual minimizar el entorno me hace sentir más grande de lo que ya soy, y sinceramente no me seduce sentirme como la Alicia gigante en una habitación que se estrecha por momentos.
Sé que no debería prestar atención a estas nimiedades pero noto que, irremediablemente, cuando las escucho hablar tan dulce, tan reducido, me provoca una reacción orgánica en busca del ota, cremota, arrugota, queratinota...,saliendo ese exceso de testosterona que debo tener, y paradojizando sitios concebidos para potenciar la feminidad.
No sé, igual debería ir más a menudo a ver si se me pega algo, o empezar las próximas entradas con un hola holita vecinitos...