Es esta, la relegada al lowcostismo, definitivamente mi favorita.
Sin trenes automáticos, sin ondas o focos espaciales en el techo.
Con esa cristalera que presenta a nuestro particular Entrerprise antes de montarlo y que, años antes de la psicosis terrorista y de extrema seguridad, hacia las delicias de niños, y no tan niños, que ajenos a un futuro lleno de estímulos, miraban fascinados, alguna que otra tarde de paseo dominical, aquellos vehículos que despertaban su imaginación y deseo de llegar a tierras lejanas.
Recuerdo a mi padre sonreír a mi ingenuidad cuando le preguntaba si eran capaces de llegar a Ávila. Se agachaba a mi altura, ahumando mi cara con su cigarro, y alzando la mano hacia el horizonte decía: pueden llegar hasta América!! Entonces me pegaba más al cristal, como si así pudiese traspasarlo, trasluciendo su transparencia con la grasa de mis manos y el vaho de mis anhelos, para desgracia del personal de limpieza.
Es uno de esos recuerdos en blanco y negro, que se enmarañan con otros y quedan a disposición para definir al gusto, como aquellos libros que dejaban elegir tu destino.
Esta ha sido mi elección de hoy, en vista de lo poco de aquello que queda aparte del genial escaparate, en un segundo plano desde que, los chavales, prefieren hacer cola en la hamburguesería del come rápido y vuela.